Sobre la Antártida, la pérdida de ozono llega al 70%, mientras que sobre el Ártico llega al 30%.
En 1995, el mexicano Mario J. Molina fue el primer científico en sostener que este fenómeno se debía al aumento de la concentración de cloro y de bromo en la estratósfera, debido tanto a las emisiones antropogénicas de compuestos clorofluorocarbonados (CFCs) como del desinfectante de almácigos bromuro de metilo. Por ello obtuvo el Premio Nobel de Química:
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